La distancia no se mide en kilómetros, ni metros, ni si quiera en milímetros. Porque no sabes lo que es la distancia hasta que no tienes al lado, a escasos centímetros, a la persona que más quieres y sientes que está en la otra punta del mundo. La sientes tan lejos como cuando sueltas un globo lleno de helio que quieres cogerlo y no puedes, o como en esos sueños que gritas algo y de tu garganta no sale más que un suspiro. Lo he denominado Dispotancia, porque es lo único que sientes en ese momento impotencia y distancia. Me atrevería a añadir la palabra orgullo pero es tan vanidosa que no se merece ni que la nombren. Es un momento en el que los abrazos se vuelven vacíos y te empeñas en buscar algo más, el abrazo apretado que tanto te gusta recibir, que tanto necesitas, pero cuando tu aprietas él relaja y cuando tú relajas, él busca el apretón. Todo va bien cuando las fuerzas coinciden y se compensan. Pero cuando buscas su mirada y ves sus ojos sin ese brillo normal con el que te mira, sientes tal vacío dentro, solo notas el corazón encogerse, hacerse tan pequeño como una nuez, y créeme que es el peor dolor psicológico/ físico que existe. No hay nada más duro que sus besos secos. Sólo deseas que pase la tormenta y salga el sol, que pare la guerra y vuelva la paz... Que te abrace, te bese y te diga al oído:
te quiero, pequeña, te quiero.